Capítulo 33

Como no nos veíamos muy a menudo, mi madre había propuesto que invitara a Marco a comer con nosotros y estaba un poco nervioso. Aunque mi familia ya le conocía, era la primera vez que venía formalmente a comer a mi casa. ¿Cómo debía actuar con Marco delante de mi ellos? ¿Cómo siempre? Pero... ¿no sería un poco excesivo? Siempre estábamos pegados el uno al otro, como esas parejas que ves por la calle y te da la sensación de que tienes que separarles con palanca. Hasta ahora, ese tipo de parejas siempre me habían parecido demasiado empalagosas; sin embargo, ahora les entendía perfectamente. Cuando estaba con Marco me apetecía engancharme a él y no soltarle nunca.

Terminé de vestirme, con unos vaqueros azul marino y una camiseta verde botella, y salí de mi habitación. Mi casa era un caos en aquel momento. Se podía escuchar a mi madre cacharreando en la cocina, haciendo la comida, mi hermana vistiéndose en su habitación...  Ese tipo de cosas. Al contrario que mi padre. Mi padre seguía en ropa interior jugando a la Nintendo DS en el sofá.

-         ¡Ah, mierda! ¡Te vas a enterar! – decía mientras inclinaba el cuerpo y golpeaba una tecla de manera compulsiva.

Dejé escapar un suspiro y me acerqué a él.

-         Papá, ¿quieres vestirte de una vez? Marco está a punto de llegar.

-         No creo que vaya a asustarse por verme en gallumbos, Mario. Además, me conoció así, seguro que se siente más a gusto en un ambiente conocido.

-         ¡Papá! Suelta la DS de una vez... ¡yo también quiero jugar! – Abel apareció en el salón, todavía en su pijama de Spiderman y totalmente despeinado.

-         Hala... otro que está sin vestir... – dije dándome un golpecito en la frente.

-         No te preocupes, Mario. ¡Yo ya estoy lista!

Gema entró en el salón soltando pequeños destellos. Se había puesto el vestido que llevó a la boda de uno de nuestros primos. Era rosa chicle, largo y con piedrecitas color salmón que reflejaban la luz. Le miré boquiabierto, lo que provocó que ella se echara a reír a carcajadas.

-         Dios, pagaría millones solo por ver esa cara, Mario, de verdad – dijo sin dejar de reír y dándose la vuelta.

-         Espero que vayas a cambiarte de ropa – le dije, comenzando a ponerme de los nervios.

-         Sí, sí... solo quería tomarte el pelo.

-         Mario, cariño, solo tratan de fastidiarte porque te picas fácilmente – dijo mi madre desde la cocina.

-         Me gustaría que dejarais de hacerlo – murmuré.

En ese momento salió de la cocina. Llevaba un delantal encima del pijama... y el tinte sin aclarar. Tenía todo el pelo embadurnado de una masa anaranjada.

-         ¿Es que en esta casa no hay nadie normal? ¡He quedado con Marco en 5 minutos y seguís todos con esas pintas!

-         Relájate, cielo – dijo mi madre quitándose el delantal y dejándolo en el sofá, al lado de mi padre, que seguía jugando con mi hermano apoyado sobre su hombro.

-         Cada vez estoy más convencido de que soy adoptado – dije antes de que sonara el telefonillo - ¡Ya está aquí!

Dando por imposible que alguno de ellos fuera a prepararse, le abrí la puerta a Marco y esperé en la entrada a que subiera las escaleras. Al verle aparecer por el descansillo, todo mi nerviosismo desapareció. Venía tan guapo como siempre con su ropa oscura y su pelo azul de punta. Él sonrió a verme.

-         Me encanta tu forma de vestir, en serio – dijo antes de darme un beso.

-         No te burles, idiota – me quejé dándole un golpecito en el pecho – Espero que no te importe, pero... mi familia todavía está sin preparar.

-         Oh, no te preocupes.

Cuando entramos en el salón, mi madre había desaparecido en el cuarto de baño y mi hermana se había puesto unos vaqueros y una camiseta azul, pero mi padre y mi hermano seguían tirados en el sofá.

-         Hola – saludó Marco alegremente.

No sabía qué clase de capacidad para adaptarse a cualquier tipo de situación tenía, como si fuera completamente normal el estar en casa de tu novio con su padre en ropa interior. Otra de las cosas que tenía que agradecerle, pues no les juzgaba por su extraña forma de ser.

-         Hola, Marco – le dijo mi hermana con una sonrisa, sentándose en uno de los sofás vacíos.

Abel le hizo un gesto con la cabeza y siguió mirando la pantalla.

-         Hola, grandullón. No sabrás, por casualidad, cómo pasarte esto, ¿no? – le dijo mi padre, moviendo la DS.

-         ¿Qué juego es?

-         Los Chochemon esos.

-         Papá... – dije en mitad de las carcajadas de todos.

-         Vale, vale, Mario. Ya voy a prepararme. Solo hago esto como una broma. Me gustaría que te soltaras un poquito y dejaras de ser tan serio, hijo – dijo mi padre poniéndose de pie. Me revolvió el pelo y salió del salón, tirando de la cinturilla de sus calzoncillos y cantando – Sí... llévame hoy al fútbol...

Las carcajadas continuaron. Suspiré de nuevo y apoyé la cabeza en el hombro de Marco.

-         No te preocupes, no pensaré cosas raras de tu familia. Me agradan, son divertidos. Prefiero mil veces esta actitud a cualquier otra que pudieran tener – dijo para tranquilizarme.

-         Jopetas, Mario, ¿dónde le encontraste? – dijo Gema poniendo morritos – Yo quiero uno como él.

-         Por encima de mi cadáver – le respondí. No quería que ningún tío se acercara a mi hermanita.

-         ¿Has visto lo que tengo que aguantar? – dijo ella mirando a Marco y negando con la cabeza.

Abel nos ignoraba a todos, había cogido el relevo de mi padre y estaba ensimismado con el juego. Podríamos olvidarnos de él para todo el día ya.

Sabiendo que me esperaba una larga comida, me senté con Marco en el sofá, al lado de mi hermano, a esperar que mis padres terminaran de arreglarse.